Antes de llorar en las tablas pregúntale a los cuatro últimos alcaldes. A Carlos Díaz, que hacia 1991 permitió que la concejala Josefina Junquera la invitara para animar por la cara a las agrupaciones en el recién rehabilitado Gran Teatro Falla.
Que Teófila Martínez te explique por qué mantuvo y amplió a la familia y, en ocasiones a sus compromisos personales, la invitación a las sesiones del COAC y a otras sesiones, sobre todo de flamenco y copla, en el teatro capitalino.
Hazle la misma pregunta también a José María González Santos, que perpetuó el cuelo y a su fallecimiento en 2016 le dedicó un palco con su nombre, en lugar privilegiado de platea y nos puso de luto a los ciudadanos durante tres días, banderas a media asta en el Ayuntamiento, incluidas.
Y, si puedes, pregúntale a Bruno García por qué ha mantenido el compromiso de dedicarle un cachito de la calle Sacramento, que sólo tiene dos accesos: a la trasera del Teatro y al arco de la clínica de San Rafael.
No creó nada: ni letras, ni músicas, no canta, no cose ni pinta. Ni siquiera el grito era original, pues procedía de “Los Zipi y Zape”, chirigota isleña, 2º premio provincial y regional en 1971. Su único mérito fue el de establecer el arte de colarse por la misma cara, cuando a la gente de Cádiz le costaba trasnochar y pelearse con el internet para conseguir una entrada.
Sus gritos indiscriminados, siempre antes del popurrí, eran más esperados por las agrupaciones allende San Roque, que incluso esperaban estáticas si se despistaba un poco o era ya demasiado tarde para que ella permaneciera despierta.
Pregúntale también también a Kichi, como comparsista, y a Bruno, que ni sabe ni se asesora bien de qué va eso del Carnaval de Cádiz, por qué no se hizo -ni se hace- oficial la lápida que la afición (que sí nos enteramos de qué va la cosa) colocó con cariño, sin fotos ni show mediático alguno. Una placa efímera en el callejoncillo que va de San Francisco a Rosario en el que estuvo el bar Las Coplas y un par de casapuertas más, placa que recuerda desde su fallecimiento al comparsista, autor de música y letra para coros y otras agrupaciones, renovador de la chirigota, colaborador en la Radio y la Prensa escrita. Esos sí son méritos no reconocidos.
Colarse en el Falla, y desde ahí a otros actos -carnavalescos o no- “porque yo lo valgo”, no es bastante para tener un fragmento de calle a su nombre. A consentirlo se le llama populismo demagógico-carnavalesco.
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